Octubre
de 1944.
Foto de la ficha policial de Ramón Vía
Al final de la guerra civil
muchos españoles se exiliaron en el norte de África, más concretamente en
Argelia. Acosados por el avance de las tropas de Franco que los acorralaba en
las costas levantinas, se vieron obligados a huir en el primer barco que lo
permitiera, hacia un incierto destino que les garantizase la supervivencia.
La situación se agravó a finales
de febrero y comienzos de marzo de 1939. La dimisión del presidente de la
República, Manuel Azaña, y el exilio del gobierno de Negrín, daba la guerra
definitivamente por perdida.
Las dificultades aumentaron tras
la huída de la flota republicana, que partió desde Cartagena con dirección al
puerto de Bizerta (Túnez). Abandonando sin una posible evacuación, a los que
desesperadamente trataban de huir hacia el exilio.
Barcos como el Ronwyn, Marionga,
y Winnipeg, zarparon del puerto de Alicante cargados de exiliados
españoles. Mientras el 19 de marzo zarparía el carbonero inglés African
Trader, que alcanzaría las costas argelinas con casi un millar de pasajeros.
En la noche del 28 de marzo de
1939 partiría el carbonero inglés Stanbrook, con todo el que logró subir
a bordo, un total aproximado a los 3.000 exiliados. Era un barco de unas 1.500
toneladas, 70 metros de eslora, y 10 metros de manga.
La llegada al puerto de Orán se
produjo en la tarde del 29 de marzo. Pero no obtuvo el permiso necesario para
el atraque, y debió permanecer fondeado en la entrada del puerto en periodo de
cuarentena.
Pese a que con anterioridad había
desembarcado parte del pasaje, las condiciones higiénicas eran deplorables,
para tan elevado número de personas hacinadas en las cubiertas y bodegas del
barco. Llegando incluso a padecer epidemias de pediculosis y tifus. Hasta el 1
de mayo no fue totalmente librado. Acabando así uno de los episodios más
dramáticos para los exiliados españoles.
En
otra posterior misión, el barco en cuestión, sería torpedeado y hundido por un
submarino alemán el 18 de noviembre de 1939, a la entrada del puerto de
Amberes.
El territorio argelino era por aquel
entonces un protectorado de la Francia de Vichy, colaboracionista con el
régimen nazi. Por lo que en un principio también se convertiría en un
territorio hostil. Así la mayoría de los exiliados españoles, a medida que
alcanzaban sus costas, eran internados en campos de concentración y trabajo. No
obstante el PC lograría tejer un entramado político para dar cobertura a sus
numerosos militantes.
El 8 de noviembre de 1942, se
inició la conquista del norte de África por los aliados, en la Operación
Torch también denominada en un principio Operation Gymnast, que
liberó de la presión que ejercía el dominio francés sobre los exiliados
españoles. Por lo que el comité argelino, que contaba con elementos como Ramón
Ormazábal, Ricardo Beneyto Sapena, Filiberto Cardador García, y el propio Ramón
Vía, fue de nuevo reorganizado.
La situación mejoró
satisfactoriamente para los antifranquistas españoles, y en octubre de 1944, la
primera expedición de guerrilleros alcanzaba las costas andaluzas en las playas
de cerro Gordo.
Antes, en varias ocasiones, había
estado en la zona estableciendo bases de apoyo, Joaquín Centurión Centurión
«Juanito». Antiguo integrante de los Niños de la Noche, conocedor del
terreno por ser natural de Río de la Miel (Nerja).
Joaquín Centurión Centurión «Juanito»
Sería desembarcado junto a un
compañero cerca de la costa, y en estas primeras incursiones trajo consigo diez
ametralladoras Thompsom, y un radio transmisor. Que en primera instancia dejó
en la casa de José Jiménez Martín «José el Quico», quien vivía muy cerca de la
playa. Asimismo, las armas fueron escondidas en los domicilios de otros
convecinos, entre ellos Antonio Urbano Muñoz «el Duende», y Miguel
Arrabal Castro «Montañés».
Cuando Centurión regresó
definitivamente con la expedición de Ramón Vía, las armas que antes había
dejado, estaban en manos de la Guardia Civil. Parece que sus colaboradores
habían sido denunciados por un vecino de Centurión, llamado Antonio Muela
Callejón.
En la zona alta de Río de la Miel, en el
paraje conocido como Cuesta Jaboneros, estaba situada la casa de Miguel
Arrabal. Éste se percató que los guardias se dirigían hacia ella, con toda
seguridad en busca del armamento escondido. Entonces huyó a la sierra
llevándose uno de los subfusiles. Mientras los guardias llegaban, su mujer
arrojó cinco subfusiles más por una ventana hacia unas chumberas que allí
había. Los guardias registraron la casa, pero no encontraron las armas.
Tras el desembarco, el supuesto
apoyo popular que estos guerrilleros esperaban no fue tal. Viéndose obligados
únicamente a subsistir adoptando una actitud eminentemente pasiva, en cuanto a
acciones militares se refiere.
Cerro Gordo. Paraje acantilado donde se produjo el desembarco.
A los pocos días de su llegada,
Ramón Vía envió a Málaga a uno de sus hombres, Ruiz Aguayo. Con el objetivo de
entablar contacto con el Comité Provincial del partido y lograr su
colaboración. Pero en el seno del PC, aún subyacían las disputas internas entre
los partidarios de Jesús Monzón, como era el caso del comité malagueño, y los
seguidores de Carrillo y de Pasionaria. Por lo que el ansiado apoyo no se produjo.
Ante estas circunstancias Ramón
Vía hubo de desplazarse a Málaga, entre diciembre de 1944 y marzo de 1945, para
mantener contactos con los responsables del partido en la capital, con Antonio
Campos Roldán a la cabeza.
Vía tampoco consiguió la confabulación
deseada de sus compañeros de partido. Por lo que decidió marchar a Madrid para
entrevistarse directamente con Agustín Zoroa Sánchez «Darío», que
dirigía el Comité Nacional, y mano derecha de Carrillo en España. El dirigente
comunista le prometió la ayuda deseada y enviarle personal de su confianza.
A primeros de abril de 1945 Vía
regresó nuevamente a Málaga, e intentó de nuevo contactar con el Comité
Provincial. Aunque existió un ligero acercamiento, la situación no cambió
demasiado.
En el verano de 1945 la policía
logró desmantelar la organización comunista en Málaga, y la mayoría de los
integrantes del Comité Provincial fueron detenidos. Esta nueva situación que
podría resultar negativa para el destino del partido, favoreció los intereses
de Ramón Vía. Pues lograría reorganizar y estructurar a su voluntad, un nuevo
comité colaboracionista con la causa guerrillera.
El líder guerrillero situó a
Francisco Martín Ramírez, como responsable de los Mosqueteros del Llano,
una especie de guerrilla urbana, cuya misión era el apoyo de sus homónimos de
la sierra. El joven Francisco Martín carecía de antecedentes, y además había
sido antiguo legionario, por lo que disimulaba su condición clandestina ante
las fuerzas del Régimen.
No
obstante posteriormente seria descubierta su identidad siendo detenido, y
finalmente condenado a muerte. Cuya sentencia se ejecutó el 5 de marzo de 1948.
Tras la caída del Comité
Provincial malagueño, Agustín Zoroa envió a esta ciudad, a primeros de
septiembre de 1945, a Alfredo Cabello Gómez Acebo, experimentado dirigente
comunista. Y posteriormente en octubre, comisionó a otros dos miembros de
probada experiencia y lealtad, como Ramiro Fuente Ochoa y Luís Campos Osaba,
ambos procedentes de Euskadi.
Alfredo
Cabello tenía la consigna de contactar con los diferentes grupos guerrilleros
que operaban en las montañas malagueñas. Mientras que sus dos compañeros tenían
por misión, la reconstrucción del desmantelado Comité Provincial.
Todo parecía ir sobre ruedas
hasta el fatídico día 16 de noviembre de 1945, en el que fue capturado por la
policía de Málaga Eugenio Navarro Montero. Uno de los guerrilleros que había
llegado en la expedición desde Orán con Ramón Vía.
Este servicio de la policía
político-social, también desencadenaría en la tarde del mismo día, la detención
en la malagueña plaza de la Merced, de Ramón Vía. Dando así inicio a uno de los
procesos de investigación más interesantes en la historia de la guerrilla en el
sur de España, que finalmente acabaría con la encarcelación y posterior
eliminación de este líder guerrillero.
Con motivo de estas detenciones
se iniciaría el procedimiento judicial 1.431/45 recogido en el libro Causa Perdida. Agrupación guerrillera Málaga-
Granada). Les ofrezco algunos pasajes del mismo.
En una de mis entrevistas con el
guerrillero Miguel Salado Cecilia, dijo que este grupo guerrillero vivía lo
que se dice miserablemente. Recalcó este adverbio, miserablemente. Según mi
interlocutor, los guerrilleros se vieron obligados a trabajar en el campo para
subsistir.
Él lo sabía de primera mano, pues
era su tío Miguel Arrabal «Montañés», quien los llevaba a trabajar a las viñas
cercanas a Almuñécar. Era curioso ver a un grupo guerrillero dejar
escondidos sus fusiles ametralladores, cambiándolos por azadas para realizar
sus labores agrícolas. Me decía.
Acto seguido a la declaración de
Eugenio Navarro, el inspector instructor jefe de la brigada, previa aprobación
del comisario jefe, dispuso la organización del servicio. Dirigido por él
mismo, y auxiliado de los funcionarios, Antonio Campos Santiago, Francisco
Fernández Valencia, Francisco Gómez de la Torre, Antonio Alés Lasanta, Manuel
Moreno García, Enrique Luelmo de Ferrara, y en unión del detenido Eugenio
Navarro Montero, se situaron en la plaza de la Merced, a las diecinueve horas,
con objeto de proceder a la detención de Ramón Vía, jefe de la floreciente
Agrupación Guerrillera.
Al mismo tiempo los agentes
Sebastián Alarcón Pulido, y Juan Guerrero López, fueron comisionados para
localizar y detener a Manuel Fernández Cumbre. Así como practicar un registro
en la habitación que había ocupado el detenido Eugenio Navarro Montero.
A las 19:00 horas del 16 de
noviembre, Ramón Vía fue detenido en
la plaza de la Merced. Y a las veinte horas del mismo día, comparecieron ante
el señor comisario, Eugenio Navarro Montero, y Ramón Vía Fernández. Este
último, de treinta y cuatro años, casado, cuchillero, natural de Madrid, con
domicilio en esa capital calle del Sol y Ortega nº 6, Puente de Vallecas.
Asimismo se significa que en
el acto de su detención trató de huir, ofreciendo gran resistencia, y
forcejeando con los funcionarios, de los que resultaron lesionados los agentes
Alés y Valencia.
Por otra parte a las ocho horas
del día diecisiete, se presentaron los agentes Alarcón y Guerrero, para dar
cuenta que habían practicado gestiones durante toda la noche para la busca y
captura de Manuel Fernández Cumbre. Al cual no pudieron localizar ni en su
domicilio ni en su trabajo, fábrica de camas de Lopera.
Posteriormente, a las nueve horas
del mismo día se presentó voluntariamente en la comisaría. Se pudo comprobar
que cedió su documentación por necesidad, esto fue lo que declaró al respecto:
Quiere hacer constar que si
hizo esto fue obligado por el estado de penuria en que actualmente se
encuentra, tanto él como sus hijos, hasta el extremo de que únicamente tienen
una cama, en donde duerme el matrimonio y cuatro hijos menores. Esto ha sido
principalmente lo que le indujo a vender la documentación, comprendiendo el
acto que realizaba.
Del registro practicado por los
inspectores Chozas y Guerrero en la habitación que ocupó Eugenio Navarro, y de
otra colindante, no resultó nada importante.
Declaración de Ramón Vía Fernández.
En Málaga el día 18 de
noviembre de 1945, en los locales de la brigada político-social, declaraba
Ramón Vía Fernández. Nacido en Madrid en el Puente de Vallecas, el 15 de enero
de 1910, hijo de Ignacio y de Carmen. Casado con Julia López Velasco, tiene una
hija llamada Dolores, y hermanos llamados Ignacio, Pedro, Bernardina, y
Dolores.
Convenientemente interrogado.
Manifiesta: Que desde el año 1932 pertenecía a la UGT. Sindicato de
metalúrgicos El Baluarte, sección de cuchilleros. Habiendo sido únicamente
delegado de la Comisión de Oficio de dicha sección, pero afirma que nunca fue
detenido por delitos políticos sociales, ni tampoco por comunes.
Al estallar el Glorioso Alzamiento
Nacional, siguió trabajando en su oficio, hasta la movilización de la quinta de
1931 a la que pertenecía. Siendo designado a la doce división, treinta y cinco
brigada del cuarto cuerpo de Ejército que mandaba Cipriano Mera. Siendo el jefe
de su batallón un tal Ramón Mercader. Individuo de filiación política
correspondiente al POUM. De la campaña en Hita (Guadalajara), salió para el
frente de Madrid, sector Villaverde-Vallecas (Entrevías). Encuadrado en la
setenta y tres brigada mixta.
Ingresando en el partido
comunista durante su permanencia en Hita, y haciendo toda la campaña en el
frente de Madrid. De donde salió huyendo voluntariamente al sobrevenir el
derrumbamiento de dicho frente, con dirección a Alicante. Donde marchó
inmediatamente de producirse la acción comunista, perdiendo en esa capital dos
días.
Embarcando al cabo de dicho
tiempo en el buque inglés Estamblok, con dirección a Orán. En cuyo puerto, y a
bordo, permanecieron un mes los 2.000 hombres aproximadamente que habían salido
de España.
Desembarcados fueron
conducidos al campo de concentración de Rabi-Blanch, y de éste al de Camp
Morán. Siendo destinado a un batallón de trabajadores y conducido a Bu-Alfa,
dedicándole a la construcción del ferrocarril transahariano.
A la entrada de las tropas
norteamericanas se encontraba ya en Argel. Donde había sido reclamado por una
familia de origen español, aunque de nacionalidad francesa, que consiguió
sacarlo del campo de concentración.
Al organizarse el llamado
bloque de Unión Nacional, compuesto por distintas organizaciones políticas,
ingresó en el mismo en la de los comunistas. Aunque no ocupó ningún puesto de
relieve ni se destacó en reuniones ni mítines.
Formando parte de dicha
organización, mantuvo contacto con los demás afiliados y componentes del mismo,
asistiendo algunas reuniones y actos de la citada organización.
Preguntado si además de las
actividades que relata, asistió a los cursillos de preparación político-militar
para guerrilleros, organizados en Argel por el partido comunista. Contesta: Que
dichas conferencias, no eran en Argel si no en Orán. Y que los organizadores de
las mismas eran un tal Simón, del que ignora otros datos, y otro llamado Ramón
Ormazábal. Ambos destacados dirigentes del partido. Asistiendo a una de ellas
en Orán.
Un día el responsable
últimamente citado, le comisionó para que en unión de otros nueve individuos,
embarcaran en una lancha a motor con objeto de venir a España, y desembarcar en
una de sus playas. Para lo cual recibió las correspondientes instrucciones, y
además armamento y municiones para dicha partida, de la cual se le hizo jefe y
responsable.
¿Qué individuos componían la
expedición, y qué papel debería desempeñar cada uno de ellos? Manifiesta: Que
uno de ellos se llama Luís Aguayo, a quien primeramente conoció por el nombre
de Ramón. Que debería ser el jefe una vez en tierra, si bien en la motora
ocupaba el cargo de segundo. Del que sabe era natural de Málaga, ignorando
otros datos. Si bien supone fuese también componente del partido comunista, y le
consta que estaba encargado de hacerse cargo de la partida para su conducción
al lugar elegido. Determinando asimismo el lugar de desembarco, por conocer el
terreno.
Un tal Joaquín Centurión
Centurión, natural de la provincia de Málaga, campesino, también práctico del
terreno. Y que había de servir también de guía, desconociendo del mismo otros
datos.
Un tal Joya «el Mellao»,
simple guerrillero, andaluz, y del que tampoco conoce otros datos.
Otro que sólo conoce por su
apellido Armenta, el que únicamente sabe que era militar de profesión.
Otro al que conoce por el
apodo del «Rubio», y que supone sea el llamado Antonio Pascual, ignorando más
detalles.
Uno denominado «El
Veterinario», cuyo nombre cree sea Enrique Lozano, desconociendo más datos
acerca del mismo.
Otro más, al que únicamente
conocía por «Arturo»,
y que sabe estaba encargado de la radio-emisora que traían a bordo, para el
servicio de la partida.
Otro al que sólo conocía por
Navarro «el Chato».
Y finalmente uno llamado
«Perico», del que únicamente sabe que era natural de Madrid.
Diga quienes pilotaban la lancha, y de qué nacionalidad eran, así como el
material que en ella traían. Manifiesta: Que cree que la motora era de
nacionalidad francesa, y que los que la pilotaban eran dos españoles, ignorando
nombres y otras circunstancias de los mismos. Y con respecto al material que
traían, recuerda perfectamente que eran: cuatro fusiles ametralladores de
construcción americana, dotados de 250 cartuchos cada uno aproximadamente, los
cuales eran portados y estaban a cargo de Centurión, Aguayo, Navarro, y el
declarante. Además de este armamento trajeron también cinco pistolas, también
americanas, y una del siete sesenta y cinco, dotadas de 150 cartuchos cada una.
Cinco bombas de piña, y un aparato de radio de cuyo manejo estaba encargado
Arturo.
¿Además del armamento citado traían también propaganda u otros efectos?
Manifiesta: Que no, que después de desembarcar, inmediatamente emprendieron la
marcha con dirección a la sierra. Estableciendo el primer campamento en un
sitio que no recuerda, y posteriormente estuvo en un lugar denominado Río de la
Miel, próximo a Nerja. En cuyos alrededores permanecieron acampados durante
cerca de cuatro meses. De este último lugar, pasaron a la llamada cueva de la
Montés, próxima al denominado cerro Lucero, también al parecer del mismo
término de Nerja.
Inmediatamente y desde el
sitio ya mencionado Tajos Rodados, Aguayo se separó de la partida diciendo que
venía a Málaga con una misión encargada previamente por el responsable en
Argel, Ormazábal. Quedando el declarante desde ese instante, convertido en jefe
único de la partida.
Hacia el mes de febrero del
año actual, recibió por mediación de Centurión una nota de citación procedente
de Aguayo. Para que se entrevistase con él en Málaga en la plaza de la Merced.
Lo que realizó acudiendo puntualmente durante dos días seguidos al lugar
indicado, no compareciendo el Aguayo, por lo que decidió regresar de nuevo a la
sierra.
La misión de Francisco Ruiz
Aguayo en Málaga, era la de contactar con el aparato político del partido. El
Comité Provincial, que en aquel entonces era dirigido por Antonio Campos
Roldán, se encontraba más próximo a las teorías de Jesús Monzón. Por ello era
remiso a colaborar con el grupo de Ramón Vía, más partidario de las ideas de
Carrillo. Aguayo se entrevistó con él y no logró su apoyo, lo que le comunicó a
Ramón Vía cuando éste visitó Málaga. Era evidente que Ramón trataba de evadir
la responsabilidad de Aguayo, declarando que no contactó con él, cuando en realidad
si lo hizo.
Diga qué actividades
desarrollaba la partida, y él concretamente en la sierra, así de cómo vivían, y
el dinero que contaran. Dice: Que cuando salieron de Orán, el Aguayo traía unas
12.000 pesetas que les fueron entregadas por el responsable Ormazábal. Con cuyo
dinero se pagaban los víveres que adquirían a los campesinos, quienes
otras veces también se los entregaban voluntariamente.
Durante el tiempo que fue el
responsable, no permitió que se cometieran delitos ni saqueos. Y en ocasión en
que otra partida próxima a la suya, saqueó el cortijo denominado Cueva Colica,
tanto el que habla como los demás componentes ya mencionados de su banda,
afearon la conducta de aquella. Y recuerda que en dicha ocasión, y con motivo
de la censura y de la discrepancia, existente entre ellos, tres individuos de
los que únicamente sabe si apodaban «El Mellao», «El Jalea», y «El Barbas», se
separan de su partida y su unieron a la del que habla.
Insiste en que durante el
tiempo en que estuvo de jefe de la partida, ésta no tomó parte en ningún atraco
ni delito de sangre. Así como tampoco mandó anónimos con amenazas exigiendo
dinero. Y en las actividades tanto suyas como de su banda, consistían en
esperar el momento en que el régimen cambiase, según le habían asegurado en
Argel.
No siendo la partida de Ramón Vía
en absoluto beligerante, no es cierto lo que declara, ya que actuaron en alguna
otra ocasión, como fue el caso del comercio de Sebastián Fernández Maroto en
Fornes.
Manifieste fecha exacta o
aproximada en que de nuevo volvió a Málaga. Consigna que traía, así como
relaciones que haya podido tener en esta capital, y actividades a que se haya
dedicado durante su estancia en la misma, y armamento que portara. Contesta:
Que llegaría hacia mediados del mes de agosto pasado, siendo su propósito
trabajar en la organización del partido de Unión Nacional. Ya que su ideal era
laborar por borrar las diferencias que existen entre los españoles, y que no
exista eso de rojos y fascistas.
Desde el primer momento se dio
cuenta de que no había ambiente. Pues al cambiar impresiones con algunos
individuos de los que solamente sabe son mecánicos de garaje, según le
manifestaron, comprendió que desconfiaban del que habla, tratándole de agente
provocador. Máxime estando en aquellos días, muy reciente en el ambiente
público, las noticias y bulos que corrieron con motivo de un servicio
practicado por la Guardia Civil. Y por lo tanto se enteró de que había muchos
detenidos.
Diga dónde pudo recoger ese
ambiente de que habla, así como lugares y personas, con las que cambió
conversación. Dice: Que dichas noticias eran de dominio público, y que se
captaban lo mismo en las plazas, como por ejemplo la de la Merced, como en los
mercados públicos, establecimientos de bebidas, etc.
Como consecuencia de todo ello, desistió de sus propósitos y se dedicó
a buscar trabajo, ya que aparte de su oficio, es hábil en distintos trabajos manuales, pero tampoco lo consiguió. Asegura
que ha dormido más de una noche debajo de los puentes del Guadalmedina, en el
lecho del río, en la playa, y en otros lugares análogos.
Diga quién es la mujer con la
que cohabitado según manifestó en el primer momento de su detención, y antes de
iniciarse las presentes diligencias. Dice: Que por tratarse de una mujer
casada, no puede decir quién es ni dónde vive, ya que el decirlo supondría el
deshonor para la misma.
Con respecto a la última parte
de la pregunta, o sea la referente al armamento que trajera de la sierra. Dice:
Que no trajo ninguna pistola ni ningún arma, y que de dinero aproximadamente
unas seiscientas y pico de pesetas…
Manifieste cómo habiendo
traído esta cantidad, y la que se le ocupó al ser detenido, tuvo que dormir en
sitios propios de mendigos. Y como además llevando un reloj de oro marca Cyma,
no se le ocurrió vender éste para resolver la situación. Contesta: Que al
objeto de poder subsistir el mayor tiempo posible. Y que con respecto al reloj,
éste lo tiene desde hace catorce años, que lo adquirió en una casa de
compra-venta sita en la calle León en Madrid. Y es una prenda de la que nunca
se hubiera desprendido.
Manifieste cuándo se encontró
con Navarro «el Chato», y relaciones que hayan tenido, aparte de la sierra,
desde que éste llegó a Málaga. Dice: Que lo vio hará cuestión de unas dos
semanas. Un día a la bajada de un puente que hay en una calle muy concurrida.
Que le sorprendió por creerle en la sierra. Y al cambiar impresiones se enteró
que Navarro se había venido de allí por haber tenido disgustos con Pascual, al
que más bien conocen por el Rubio. Por lo que trató de disuadirle y convencerle
para volver a la sierra, ya que echándose encima el invierno, no era posible
seguir en la situación en que se encontraban.
Nuevamente se le pregunta para
que determine y detalle la forma y medios de que se valió para llegar a Málaga,
y establecer contacto con la organización de la capital. Dice: Que a mediados
del mes de julio pasado, salió de la sierra acompañado de un campesino para él
desconocido, que era el que servía de enlace con la organización de la capital.
Y conducido en un principio a un cortijo que no puede determinar, en el que se
cambió de ropa y para ello tuvo que estar varios días esperando que se la
trajeran. Dejando también en el mismo la pistola y municiones que traía.
Una vez vestido y acompañado
siempre del mencionado campesino, consiguieron tomar uno de los camiones de
viajeros que vienen a esta capital. Llegando a la plaza de abastos, donde el
que habla quedó esperando a que el tan repetido campesino le enlazara con un
individuo que ignora cómo se puede llamar, y cuyas señas personales son: de un
metro setecientos de estatura, moreno, pero rizado, de unos veintiocho a
treinta años, bien vestido, y con el que después que cambiar los primeros
saludos, se fue a dormir a su domicilio. Que es una casa del barrio del
Perchel. Pero tampoco puede determinar, ya que por ser de noche y ser la
primera vez que ha estado en ese barrio, no puede recordarlo.
Dándose cuenta desde el primer
cambio de impresiones, de que este individuo así como también otros con los que
el primero le puso en contacto, desconfiaban del que habla. No puede precisar
nombres, apellidos, lugares de trabajo, ni otros datos de los mismos, como ya
ha declarado anteriormente.
Únicamente puede decir que las
señas personales de los otros con el que ha tenido contacto son: rubio, más
bajo que el declarante, ojos azules, también bien vestido, que le parece que
era mecánico, por habérselo manifestado así, y decir se llamaba Ricardo. Otro
que se denominaba Perico, alto, moreno, de pelo castaño, con grandes y
pronunciadas entradas, usando gafas, y al parecer por su aspecto, oficinista o
algo por el estilo.
Un día tuvieron una reunión en
los alrededores de un paseo, en el que parece ser se celebran las ferias de
esta capital. Dicha reunión tuvo por objeto ponerlo en contacto con el llamado
Ricardo. Que a su vez lo enlazaría con elementos guerrilleros de las sierras de
Alhaurín, y otras dos cercanas a esta capital.
Pero como ya anteriormente ha
dicho, toda la posible organización que hubiera, se desconectó a consecuencia
del descubrimiento por la Guardia Civil de un supuesto complot de carácter
comunista que hubo por aquellos días.
A pesar de ello, el declarante
insistió con el llamado Ricardo para tratar de enlazar con dichos guerrilleros,
sosteniendo con el mismo todas las semanas una entrevista en distintos lugares
de la capital. Para lo cual quedaban citados, pero a pesar de todo esto, no se
consiguió enlazar.
Hemos asistido a la primera
declaración de Ramón Vía Fernández. En la que mostró su habilidad para
contestar a las preguntas que le realizaron los inspectores, pero al mismo
tiempo no comprometer a ninguno de los miembros de su organización.
A continuación tuvo lugar la
ampliación de la declaración de Eugenio Navarro Montero, realizada poco después
de la de Ramón Vía.
Dice: Que conoció a Ramón Vía
en el campo de concentración de Camp Morán (Argel). Donde sin duda encontró
protección del ambiente del partido, ya que cuando el declarante llegó a esa
ciudad, y lo volvió a ver, tenía una personalidad destacada dentro de la
organización. El que habla, no asistió a los cursillos y conferencias de
preparación para guerrilleros, e ignora si Ramón lo hizo.
Determine qué hechos
delictivos se realizaron durante su estancia en la sierra, aparte de los ya
declarados. Dice: Que un día salió Ramón Vía en unión de otro llamado Gutiérrez
de correrías. Regresando al otro día ambos, y herido en ambas piernas por arma
de fuego el Ramón. Manifestando que en un pueblo denominado Fornes (Granada), y
al intentar adquirir unas abarcas en una tienda de comestibles, el hijo del
dueño de la misma hizo resistencia para entregarlas. Y con motivo de esto se
cruzaron disparos entre éste y los guerrilleros. Todo esto según
manifestaciones de los autores del hecho. El repetido individuo resultó también
herido en una mano.
Aclare ciertos extremos de su
primera declaración. Manifiesta: Que cuando vinieron de Argel, el dinero para
la realización de la guerrilla lo traía Ramón Vía, siendo éste en unión de
Armenta y Centurión, el alma de la misma. Dice asimismo que Aguayo fue enviado
por Ramón Vía a Málaga, ignorando la consigna que le diera, y que le consta que
Aguayo trajo consigo una pistola.
Como vemos lo que declaró Eugenio
Navarro, no fue exactamente lo mismo que lo declarado por Ramón Vía. Considero
más fiable esta versión, ya que el jefe del grupo era Ramón, y Aguayo un simple
guerrillero a las órdenes del mismo.
Preguntado si durante el
tiempo que Ramón Vía ejerció el mando directo de la partida en la sierra,
prohibió que ésta se dedicara a cometer actos delictivos tales como saqueos,
secuestros, asesinatos, etc. Dice: Que nunca vio que Ramón prohibiera tales
hechos, y tampoco es cierto que otra partida los cometiera, ni que de ella se
separaran los apodados el Mellao, el Jalea, y el Barbas, creyendo que todo esto
sea producto de la fantasía de Ramón.
Soy de la opinión que Eugenio
Navarro decía la verdad, pues nunca he encontrado referencias a los apodos de
estos tres guerrilleros a los que se hace referencia.
Interrogado si tiene algo más
que decir. Dice: Que cree que el individuo que servía de enlace para las idas y
venidas del Ramón a Málaga, y posiblemente de otros, es el llamado Centurión,
que sabe es de Nerja. Cuyas señas personales son, alto, delgado, moreno, con un
diente de acero en la mandíbula superior. Y que no tiene más que decir.
A continuación se hace constar
que al comparecer ante el señor Inspector y el Secretario, nuevamente el
detenido Ramón Vía Fernández, se observa en él síntomas de decaimiento, y
coágulos de sangre entre los dedos de ambas manos.
Se requirió la presencia del
médico del Cuerpo, doctor José Aragonés Moreno. Quien al reconocerle pudo
comprobar que presentaba en las articulaciones de ambos brazos, heridas
cortantes que por lo visto se produjo él mismo en los calabozos de esta
comisaría. Y aunque se ha realizado una minuciosa inspección ocular, no se ha
podido hallar ningún objeto cortante o punzante, con el que haya podido
provocarse dichos cortes, pero sí se ha observado huellas de sangre en el suelo.
Siendo las lesiones calificadas de leves.
Tras el intento de suicidio,
nuevamente se hizo comparecer a Ramón Vía Fernández.
Manifieste cuánto tiempo
estuvo en Málaga la primera vez que vino esta ciudad procedente de la sierra,
propósitos que le guiaban, y entrevistas que sostuvo. Contesta: Que como ya
anteriormente ha declarado, sólo estuvo tres días. Y el propósito era
entrevistarse con Aguayo, lo que no consiguió al no encontrarle. E insiste
nuevamente en que no vio al Aguayo, y que la consigna o trabajo que éste había
de hacer en Málaga, la recibió en Argel.
Reconoce que cuando se
encontraba en el campo de concentración de Camp-Moran, huyó de él consiguiendo
llegar a Blida, donde nuevamente fue detenido y conducido al desierto
empleándole, en el trabajo de construcción del ferrocarril transahariano, como
ya tiene declarado.
Manifieste si tomó parte
activa en un hecho delictivo que ocurrió en el pueblo de Fornes (Granada).
Dice: Que como quiera que la partida se hallaba casi toda descalza, y con
objeto de proveerse de alpargatas o albarcas, en unión de otro llamado
Gutiérrez, se presentaron en un establecimiento de comestibles de dicho pueblo.
Donde requirieron al dueño para que les entregara doce o trece pares de
albarcas. Pero no ejercieron coacción ni amenazas, aunque supone que los
propietarios debieron sospechar que eran guerrilleros, pues se los entregaron.
Y cuando ya una vez fuera del establecimiento, se disponía a regresar a la
posición, fueron agredidos desde una ventana del establecimiento en cuestión.
De donde partieron varios disparos resultando herido el que habla en ambas
piernas. Repeliendo la agresión el llamado Gutiérrez, y creyendo que resultara
también herido alguno de los propietarios.
Afirma que él quería que las
abarcas se pagaran, pero Gutiérrez, hombre más violento, se negó a ello. Por lo
que deduce que los propietarios, al verse despojados, hicieron fuego sobre
ellos. También hace constar que si se eligió esa tienda, fue porque les
constaba que los propietarios se habían enriquecido con usura, a costa del
pueblo.
Sigue manifestando que tomó
parte también en otros dos hechos. Rectifica diciendo que él personalmente no
tomó parte en ellos, pero que dio las órdenes para que se fuera a los cortijos
denominados Cueva Colica, y Nicho. Pertenecientes a la provincia de Granada.
Para buscar en ellos alimentos para la partida. Se eligió dichos cortijos
porque les habían dicho que durante la guerra civil, habían sido muertos
en los mismos un grupo de guerrilleros, por denuncia que había partido de los
propietarios.
Pero recalca en este acto, que
dio instrucciones concretas a los expedicionarios, para que no se cometieran
actos violentos, y mucho menos asesinatos. Por creer que fuera todo una
leyenda, y que no existiera en realidad dicha denuncia.
Personados en los cortijos
expresados los grupos designados, cuyos componentes no recuerda exactamente en
este momento. Ya que cuando ocurrió el hecho, el declarante se hallaba
convaleciente de la herida sufrida en Fornes.
Se proveyeron de comestibles,
y se trajeron también una escopeta procedente del último cortijo mencionado.
Pero no se cometió ningún asesinato ni acto de violencia. Enterándose en cambio
que el hecho de la muerte de los guerrilleros no fue como se les había
relatado, y que por eso no hubo represalias. Dice también que cuando él
abandonó la partida, fue elegido como jefe de la misma por aclamación
Centurión, insistiendo en que él no le nombró su sustituto.
Preguntado por qué intentó en
los calabozos de esta comisaría abrirse las venas, y con qué instrumentos lo
realizó. Manifiesta: Que fue con un minúsculo pedazo de lata o alambre, que
circunstancialmente se encontró en el mismo. Y que lo hizo en un momento de
desesperación, por entender que el trato que había recibido en la comisaría no
era el que debía, ya que se le insultó, y amenazó. Llegando por lo tanto a
impresionarse hasta el extremo de tomar esa resolución.
Preguntado cómo adquirió la
documentación, que llevaba en la cartera en el momento de ser detenido.
Manifiesta: Que se la entregó un campesino al que no conoce personalmente.
Seguidamente aparece en el
procedimiento una diligencia, en la que se recoge los datos existentes en el
archivo relacionados con el tema que nos ocupa. En ella se incluye la
declaración de Manuel Joya Gallego, detenido el 17 de marzo de 1945, en el mencionado
combate de la cueva de la Montés.
Declaró que llegó en octubre de
1944 en compañía de los guerrilleros ya mencionados anteriormente. No obstante
añadió que tenía documentación falsa facilitada por los norteamericanos.
Asimismo afirmó que al
desembarcar se le unieron un tal José de Almuñécar, Paco Cecilia de El Rescate,
Miguel Montañés, Urbano, y Tejero de Nerja, y Gutiérrez de El Rescate.
Dijo que les ofrecieron desde
Orán, que a los dos meses vendría una segunda expedición de hombres con
armamento y dinero. Sin que hasta ese momento hubiese llegado más que un barco,
atracando entre Motril y Salobreña.
Además declaró que se esperaba
otra expedición en el presente mes procedente de Orán, que pilotaría un tal
Belmonte, natural de Almería. Desembarcaron en cerro Gordo cerca de Almuñécar,
también era sitio de desembarco la playa de Maro, el lugar conocido por
Gibraltarillo.
El 12 de diciembre de 1945 se
dictó Auto de Procesamiento contra Ramón Vía Fernández y Eugenio Navarro
Montero por su actividad guerrillera, y Manuel Fernández Cumbre, por
colaborador y enlace. A los cuales se les tomó las correspondientes
declaraciones indagatorias sin aportar más de lo declarado hasta ese momento.
El 21 de enero de 1946, se tomó
ampliación de su declaración indagatoria a Ramón Vía. Su contenido fue similar
a la anteriormente realizada, pero hay un interesante pasaje relacionado a su
actuación posterior a la fuga del campamento argelino de Camp Morant.
Relate su actuación desde la
fecha en que se evadió del campo de concentración citado. Contesta: Al evadirse
de dicho campo, consiguió pasar a Francia, donde unido a las fuerzas de la
Francia combatiente, luchó contra los alemanes. Aclara que su lucha era contra
el sistema fascista hitleriano. Cree recordar que su marcha a Francia, fue en
el año 1941, con toda seguridad antes de la declaración de guerra a Rusia.
Su actuación en Francia
consistió en colaborar con el movimiento de resistencia en el que desempeñó
cargos como responsable de grupo. Sin que pueda precisar el cargo, ya que no
llevaba divisa de ninguna clase.
También declararía, que estuvo
entre otras localidades, en Marsella, siendo condenado a muerte por el gobierno
de Vichy. De Marsella pasó al Marruecos francés, pasando posteriormente por
Argel, y definitivamente a Orán.
Carta de Ramón Vía desde la prisión.
A continuación reproduzco una
carta escrita en la prisión en noviembre de 1945, y que clandestinamente llegó
a la luz pública. Documento que se conoce como Yo acuso, y que tuvo
mucha repercusión en la época. En ella recoge sus sensaciones y su versión de
lo ocurrido desde su detención en Málaga el 16 de noviembre de 1945.
Según la cual fue sometido a toda
clase de torturas, y que las declaraciones que obtuvieron de él no fueron
reales. Aunque lógicamente, ante tan espeluznante suplicio, algunos de los
datos que recogen las mismas, sólo los sabía Ramón, por lo que algo sí que
debió declarar.
Todos los hombres y mujeres
del mundo civilizado, han sentido enternecerse sus fibras más sensibles, ante
el horroroso relato de los monstruosos crímenes cometidos por fieras
hitlerianas en Belsen y Dachau.
Toda la humanidad se ha
sentido horrorizada al conocer de las bestias nazis. Millones de seres han
sentido jubilosos como acababa la pesadilla dantesca de la dominación nazi y su
secuela de asesinatos y crímenes en masa, con la victoria de los ejércitos
liberadores de las Naciones Unidas.
¡Pero el fascismo no ha sido totalmente
destruido! ¡Aún vive su brutal dominación en España! Cuando los países de
Europa renacen a la vida democrática, nuestro país vive bajo el martirio, el
escarnio, y el crimen de la dictadura de los lacayos de Hitler.
Acorralados por la repulsa del
mundo democrático, por el odio unánime de toda la nación. Las fieras
franquistas, al mismo tiempo que recrudecen bárbaramente el terror, tratan de
falsear y ocultar sus crímenes, bajo el manto de la democracia cristiana.
¡En cada ciudad española hay
un Belsen!
Yo Ramón Vía Fernández,
español combatiente por la libertad en las filas de las naciones unidas,
condenado a muerte por el régimen de Vichy, combatiente en España en una
agrupación de patriotas armados en lucha por la libertad y la democracia, desde
la cárcel de Málaga, con el cuerpo destrozado, y mi carne hecha jirones por las
torturas y apaleamientos, me dirijo a todo el mundo democrático, a todos los
patriotas españoles, para acusar al régimen franquista y denunciar su bárbara
política fascista de terror.
El día 15 de noviembre fui
detenido en las calles de Málaga, por la delación de un desertor llamado
Eugenio Navarro. Camino de la comisaría el inspector, hijo del general López
Ochoa, que dirigió la represión en Asturias de 1934, preguntó: ¿tú eres de
Madrid? como le contestara afirmativamente, añadió, yo también soy de Madrid, y
ahora vamos a vernos las caras.
Mientras, en la comisaría se
produjo en medio de una gran expectación y felicitaciones al señor Ochoa, quien
empezó el interrogatorio:
¿Cómo te llamas? Ramón Vía
Fernández, contesté. ¿Dónde vives? En ningún lado, respondí. No empecemos a sí,
me dijo furioso, porque vas a salir mal parado. Como insistiera en mi negativa,
dijo a uno de sus esbirros que ya llevaba un buen rato enseñándome un vergajo
de toro: ¡Empieza a darle!
Durante tres horas me
estuvieron golpeando en el empeine y los dedos de los pies, con tal violencia
que parecían haber perdido la cabeza. Los pies me engordaron por segundos,
hasta que empezaron a reventarse. Así continuaron golpeándome hasta que
decidieron darme de plazo para pensarlo hasta las diez, bajo la amenaza de
tremendas palizas.
A las diez y media hace otra
vez su aparición el inspector con nueve esbirros: ¡Venga, tráele para acá!,
ordena, e inmediatamente me colocan en medio de todos. Son varias las cosas que
queremos de ti, me dice, pero en primer lugar haz de decirme dónde vives.
Aquel espectáculo me recordaba
a los matarifes, cuando ya tienen colgada la res y empiezan a quitarse las
chaquetas y arremangarse las mangas de la camisa. Igual hacían estos señores
defensores de la fe cristiana, como me negara a dar mi domicilio, dijo Ochoa:
¡Venga túmbale en el suelo y darle!
La paliza la empezaron por los
pies, apaleándome durante media hora. Como insistiera en mi negativa, Ochoa,
enfurecido, me dijo: Di dónde vives, porque tú no sabes lo que te espera. Hazte
a la idea de que de aquí nadie ha salido con vida sin hablar, porque en caso de
no decirlo ahora, lo dirás luego y nosotros no tenemos prisa.
Yo continué negando. Después
de dar medio minuto para pensarlo, volvieron todos de nuevo. Venga, me dijeron,
y ten en cuenta que mañana duelen más los golpes, y pasado mucho más. De esa
forma, palo va y palo viene, estuvieron torturándome hasta las tres de la
mañana, en que me bajaban los pantalones, y como consideraban que “ya estaba
bien”, me llevaron de nuevo los calabozos, repitiéndome la recomendación de que
tenía toda la noche para pensarlo.
Al día siguiente por la tarde
me pasaron al despacho del comisario, que llenaron de guardias, y uno de ellos
me preguntó qué me pasaba. Me bajé los pantalones mostrando mi cuerpo lleno de
heridas. “Pues yo he dado orden de que no te pegaran”, dijo el comisario, “pero
claro, tú tienes la culpa por no decir lo que sabes, añadió. Debes darte cuenta
de que eres un hombre derrotado, y debes saber perder.
Detenido tú, no te deben importar los demás, y has de decir todo lo que
sabes, que es mucho. Eso es saber perder, porque de lo contrario de aquí no
sales con vida”.
Al día siguiente, a primera
hora de la tarde, me llevaron a otro despacho donde hay cuatro individuos, que
de inmediato comienzan la sección de gritos, puñetazos, insultos, y amenazas
como la de ¡te vamos a hacer añicos! Después de una buena paliza, y con la
promesa de ¡prepárate para esta noche! me llevan de nuevo al calabozo.
En efecto, a las diez, vista
mi negativa, me meten en el cuarto de castigo, donde cogen los vergajos y
empieza la sesión. ¿Lo dices?, ¡no! ¡Entonces ponerle bocabajo! Los pies se me
habían reventado ya, y las manos también.
¡Ponerle en cruz! dijeron. Me
abren los brazos y las piernas, y uno me pisa una mano, otro la cara, otro me
pisotea el cuello, otro las corvas de las rodillas, y con una porra se lía a
pegarme como si fuera a destajo. Mientras otro me patea las espaldas, y los
restantes dirigen la operación. De vez en cuando me atizan alguna que otra
patada en los costados. El de la porra se baja encima de mis rodillas, y
empieza golpearme en los riñones, al mismo tiempo que uno grita: ¡Más fuerte,
más fuerte!
En vista de cómo marchaban las
cosas, callé y no dije ni pío, pensando para mí: ya pararán.
Cuando vieron que daban con
toda su fuerza y no me quejaba, creyeron que ya estaba muerto, por lo que
pararon y empezaron a echarme agua. Uno decía: ¡Os lo habéis cargado! Otros
contestaban: ¡Pues uno menos! Entonces empezaron a quemarme con los cigarros
las manos, los pies, y los muslos, y en aquel momento me acordaba de la
democracia cristiana que ellos decían defender. Me levantan y venga agua. Me
toman el pulso y dicen: Se le ve fatigado, pero le marcha. Otro añadió: No
creas que no le di bien, y con ganas. Otro dijo: Este tío como ahora no hable,
¡dejármelo a mí! Y así continuaron, agua va y agua viene. Como abría los ojos,
me dijeron: Vaya, vaya, ya se te pasa, si quieres te daremos un poco de vino.
Me dieron ganas de decirles: cabr… pero quise ser prudente porque la realidad
era que estaban como fieras desbocadas.
Una vez me puse mejor,
empezaron las palabras dulces, pues había para todos los quites. Uno se
enfureció y me dijo: ¡Me vas a decir dónde vives porque me cago en tu p… madre!
Y se lió a darme patadas y puñetazos como un desesperado. Una patada me tocó en
el corazón que todavía me duele. Otro empezó a darme puñetazos en la barbilla,
lo que me ha tenido tres días sin comer por no poder abrir la boca. El que
estaba más rabioso, me dijo: ¡Me cago en tu madre! y echó mano a la pistola
para matarme.
En vista del cariz que iban
tomando las cosas, los otros le echaron del cuarto y empezaron con palabritas dulces
y ofrecimientos. En vista de que no sacaban nada, y prometiéndome que la
próxima vez sería mayor aún, y que no saldría vivo de ella, me llevaron al
calabozo arrastrado por dos guardias y dos policías, donde no podía estar
sentado, ni tendido, ni boca arriba mi boca abajo, por los dolores.
A media mañana me conducen al
despacho del comisario. Éste me dirigió una serie de buenas palabras: Debes
hablar y se han acabado los palos. Si hay que darte cuatro tiros se te darán,
aunque te lleves a la tumba todos tus secretos.
Por la noche me llevan a otro
lugar y comienzan las torturas de nuevo, hasta las dos de la madrugada que me
llevan de nuevo al calabozo.
A las diez de la noche del día
siguiente, dos policías y un inspector nuevo en el asunto, empiezan a interrogarme
con mucha suavidad.
¡Venga de ahí! Ramoncillo, me
dice el inspector. Ten un gesto valiente conmigo, para que yo pueda decir a los
demás, veis como el más viejo y sin pegarle me ha dicho todo. Como si esto
fuera una lucha de gallos.
En vista de mi negativa, se
lanzan encima de mí, diciéndome a gritos: ¡Tienes que hablar ahora mismo! y si
no, esta noche te espera otra mayor que la última. ¡La Guardia Civil se
encargará de ti! y ya verás que pronto te aplican la ley de fugas. Dicho esto,
empezaron de nuevo los palos hasta que se cansaron y me llevaron de nuevo al
calabozo.
Estaba ya claro para mí, que
cada minuto que pasara en la comisaría aumentaría el odio de mis verdugos. Que
mi vida no dependía si no de la voluntad de unos cuantos falangistas, recalcitrantes,
que gozarían torturándome hasta la muerte, pues yo no traicionaría a mis
compañeros.
Por eso, pensé seriamente cómo
luchar contra el terror, pues estaba convencido de que aunque me hicieran
trizas no me sacarían nada. Juzgué lo más útil quitarme yo mismo la vida,
evitando que me la quitaran ellos, recreándose con mi muerte. Con la hebilla
del cinturón y con los pinchos de dentro, preparé una especie de la lanceta
para cortarme las venas.
A las seis menos cuarto me di
el primer corte. Me envolví un trapo al brazo y dejé chorrear la sangre en un
lugar donde mojaba, con un poco de guata de la hombrera de la chaqueta. Así
escribí en los azulejos de la pared del calabozo: Hago todo esto, no por miedo
al terror, si no porque no quiero servir de juguete de escarnio para mis
verdugos. ¡Viva la República!
A las siete comprobé que ya no
salía más sangre, y cuando me disponía a darme otro corte, sentí las llaves con
que empezaban a abrir el calabozo. Un poco mareado me puse la chaqueta y fui
despacio al despacho del comisario. Inmediatamente me dio un mareo, y cuando me
vieron las manos llenas de sangre, se armó un gran revuelo en la comisaría.
Vino el médico y me dieron a beber inyecciones.
El comisario me preguntó por
qué había hecho esto, y yo respondí: Es el único medio que tenía en mis manos
para protestar contra el terror. Al día siguiente el comisario me dijo: Hasta
el Gobernador está interesado en saber dónde has vivido y cuáles han sido sus
actividades en Málaga. Yo insistí en no decir absolutamente nada. Intentaron
sobornarme, dándome toda clase de seguridades de que no me pasaría nada si me
colocaba a su servicio. Se podía comprobar de que de estas entrevistas, estaba
pendiente hasta el último mono de la comisaría. Las mujeres que hacen la limpieza
decían: ¡Menos mal que Ramón se va mañana, y podremos limpiar bien!
En vista de que no había medio
de sacarme nada, me hicieron la declaración sacada máquina, donde tenía que
decir porque había intentado suicidarme. Yo me ratifique en los motivos que me
habían llevado a tal decisión, pese a que Ochoa intentaba convencerme de que
dijera: Que había intentado suicidarme al comprender la gravedad de los delitos
cometidos.
Firmada la declaración,
contraria a los designios de Ochoa, éste me dijo: Estoy en la convicción de que
eres un hombre muy peligroso para el actual Régimen, porque eres firme,
inteligente y organizador.
Trece días después fui
trasladado a la cárcel, donde hoy estoy incomunicado, pero algo mejor de salud.
Firmado,
Ramón Vía Fernández. 15 de diciembre de 1945
Es artículo completo recogido en el libro
Causa Perdida. Agrupación Guerrillera Málaga-Granada
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